jueves, 25 de junio de 2009

Ismail kardaré premiado en España

Cultura-Granada
Kadaré, la voz contra el totalitarismo
El Príncipe de Asturias de las Letras premia al escritor albanés, un resistente contra todas las dictaduras
CÉSAR COCA
Kadaré ha visto reconocida su trayectoria con este premio. / EFE

Gjirokastra, pueblo natal de Kadaré, «es quizás la ciudad más inclinada del mundo», describe el autor en una de sus obras. / EFE
En la más famosa de sus novelas, 'El palacio de los sueños', el escritor albanés Ismaíl Kadaré relata la vida en un país en el que sus ciudadanos están obligados a escribir lo que sueñan cada noche y entregarlo a unos funcionarios que buscan en ello signos de deslealtad al régimen. La ambición máxima de todo dictador es controlar incluso el subconsciente de cada ciudadano, y Kadaré, que vivió treinta años en uno de los regímenes totalitarios más férreos y aislados del mundo, lo ha contado en cada una de sus obras. Ayer, el jurado del Príncipe de Asturias decidió otorgarle el premio de las Letras «por la belleza y el hondo compromiso de su creación literaria», que «hunde las raíces en la gran tradición literaria del mundo helénico, que proyecta en el escenario contemporáneo como denuncia de cualquier forma de totalitarismo y en defensa de la razón».
Kadaré, que ya había sido finalista en varias ocasiones -y candidato sempiterno al Nobel-, no supo lo que era vivir en democracia hasta que en 1990 se exilió en Francia. Un repaso a su biografía revela que conoció de cerca algunos de los más feroces sistemas totalitarios, pues su país fue ocupado por la Italia de Mussolini primero y la Alemania nazi después. Más tarde, finalizada la guerra mundial, se instauró en Albania un régimen calcado al de la URSS, gracias al uso indiscriminado y masivo del terror.
A los 17 años ganó un concurso de poesía que tenía como premio una autorización para viajar a la URSS a estudiar. Lo que vivió allí tampoco fue una fiesta de la democracia y su situación empeoró cuando las relaciones entre su país y el gigante soviético se rompieron. Kadaré volvió a una Albania asfixiada por el control de Enver Hoxha, empeñado en combatir todo lo que sonara a capitalismo hasta extremos patéticos. En 1963 publicó su primera novela, 'El general del ejército muerto', arranque de una larga serie en la que burló la censura mediante el procedimiento de situar sus argumentos en un tiempo y un lugar muy lejanos, cuando no con resonancias de mito clásico.
Aislado de casi todo contacto con la vida exterior (Albania fue durante muchos años uno de los países en los que resultaba más difícil entrar a un ciudadano occidental y salir a un nativo), Kadaré fue construyendo su obra gracias a que se convirtió en el autor favorito de Hoxha, lo que no significa ni mucho menos que su vida fuera más fácil que la del resto. Su conocimiento de la tradición albanesa le permitía tratar los grandes problemas de su pueblo -la dictadura, el mayor de ellos- mientras aparentemente escribía sobre la pugna entre católicos y ortodoxos siglos atrás o el tiempo de la dominación otomana. Su libertad para publicar y el temor a las represalias que podía sufrir su familia si abandonaba el país lo tuvieron atado a su tierra hasta 1990, cuando el muro de Berlín ya era historia y al régimen comunista de Tirana le quedaban unos meses de vida.
Líder en su país
Salió de Albania convertido en un líder en su país, hasta el extremo de que en varias ocasiones grupos importantes de intelectuales y dirigentes de asociaciones le han pedido que baje a la arena política. Ello, junto a la mayor proyección internacional de su literatura lograda desde que se instaló en París, ha hecho que sus opiniones sobre cuanto sucede en los Balcanes sean ahora muy tenidas en cuenta. Y Kadaré, un hombre de gesto serio, poco hablador y que se resiste a escribir en otra lengua que no sea el albanés, no ha dudado en criticar la presión serbia sobre Kosovo ni en mostrarse favorable a los bombardeos sobre ese mismo territorio, opinión que también tiene respecto de los que más tarde se produjeron en Afganistán. «No se conocen masacres necesarias, pero sí bombardeos necesarios», ha dicho a modo de explicación.
Su literatura no ha cambiado desde que escribe a medio camino entre la libertad condicionada de Albania y la al menos aparente libertad absoluta de París. «Mi forma de vida se atiene a una profunda relación con la literatura. Antes y ahora mi vida y mi trabajo estaban y están unidos al cordón umbilical de la literatura», ha dicho. Y ese cordón umbilical es lo que da carácter a su obra, la de un escritor «disidente frente a un régimen totalitario». En ese contexto, Esquilo y Shakespeare son las dos referencias que siempre cita.
Ayer, tras conocerse el fallo, Fernando Sánchez-Dragó, miembro del jurado y desconocedor -según propia confesión- de la obra de Kadaré, dijo que una institución tan sólida como la Fundación Príncipe de Asturias puede «y debe permitirse el lujo de alguna extravagancia y este premio lo es». No parece que lo sea en cambio para la Academia sueca, en cuya lista de candidatos al Nobel es un fijo desde hace años. Kadaré, tan satisfecho de ganar el Príncipe de Asturias, desearía hacerse también con el Nobel, porque ello serviría para reivindicar la literatura de uno de los países más aislados del mundo. Y la de una voz contra todos los totalitarismos.

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